Concurso de Microrrelatos BRONCE: El Perfume de las Azaleas y los Sueños de Coral, de Carmen Guerrero
¡Buenas tardes, escritores!
Feliz inicio de semana. En estos días, les presentaremos el podio ganador de nuestro más reciente concurso. Hoy, les compartimos el relato de la ganadora del tercer puesto: la cubana Carmen Guerrero.
El perfume de las azaleas y los sueños de coral
Para Lucia se abre una nueva etapa de su vida, hoy cumple 15 anos
En Cuba, la tradición de los quince años es mucho más que una simple fiesta de cumpleaños; es un rito de iniciación profundamente arraigado en la cultura y la sociedad. Para Lucia era un gran día : el de sus quince años.
El aire de la Habana Vieja esa tarde de primavera olía a salitre y a las azaleas recién florecidas que adornaban el patio de la casa de Abuela Elena. Para Lucía, el decimoquinto cumpleaños era más que un simple aniversario; era la puerta de cristal que se abría a un mundo de promesas, un rito ancestral tejido con los hilos de la historia y el cariño familiar.
Desde niña, Lucía había escuchado las historias de los quince de su madre y de su abuela, relatos envueltos en el misterio de vestidos pomposos, valses lentos y la mirada orgullosa de los padres. En Cuba, los quince años eran una celebración trascendental, un reconocimiento público del florecimiento de una joven mujer, una tradición arraigada en la cultura y transmitida de generación en generación.
Los preparativos habían comenzado meses atrás, un torbellino de decisiones que llenaban la pequeña casa de alegría y a veces, de un dulce estrés. La elección del vestido era casi un asunto de estado. Lucía soñaba con un diseño que evocara la espuma del mar Caribe, un blanco inmaculado con detalles en un suave color coral, como los atardeceres que tanto amaba contemplar desde el Malecón. Su madre, con la sabiduría práctica de quien había vivido sus propios quince, la guiaba entre catálogos y visitas a las costureras del barrio, cada puntada un acto de amor y anticipación.
El salón de fiestas, alquilado con el esfuerzo ahorrado durante años, se transformó por arte de magia. Guirnaldas de flores de papel de colores vibrantes colgaban del techo, reflejando la luz de las bombillas que parpadeaban al ritmo de la música que ya se colaba por las ventanas. La mesa de los dulces, un despliegue de tentaciones caseras, prometía deleitar a los invitados con pastel de guayaba, dulces de coco y los infaltables churros con chocolate.
Pero más allá del brillo y la fiesta, los quince años en Cuba tenían una profunda carga simbólica. Era el momento en que la niña dejaba atrás sus juegos de infancia para adentrarse en el umbral de la juventud. La ceremonia del cambio de zapatillas, donde el padre sustituía los zapatos planos por tacones, era un instante cargado de emoción, un reconocimiento tácito del nuevo camino que Lucía comenzaba a transitar.
La corte de honor, formada por catorce amigas y quince amigos, representaba el círculo social que la acompañaría en esta nueva etapa. Los ensayos del vals habían sido motivo de risas y algún que otro tropiezo, pero también de una creciente camaradería entre los jóvenes. El vals, con su cadencia elegante y sus movimientos sincronizados, simbolizaba la armonía y el equilibrio que se esperaban en la vida de la quinceañera.
El día llegó envuelto en la calidez del sol cubano. Lucía se miró al espejo, el vestido blanco resaltando su piel morena y sus ojos brillantes de ilusión. El perfume suave de las azaleas que su abuela había colocado en su cabello la envolvió en una atmósfera de ensueño. Al bajar las escaleras, la sala estalló en aplausos y vítores. La mirada orgullosa de sus padres, las lágrimas silenciosas de su abuela y las sonrisas cómplices de sus amigas eran el mejor regalo que podía recibir.
La fiesta fue una explosión de música, baile y alegría compartida. El sabor dulce del pastel, las risas contagiosas y los abrazos sinceros crearon recuerdos imborrables. Pero para Lucía, el momento más significativo llegó con el vals. Al tomar la mano de su padre, sintió el peso de su amor y su apoyo incondicional. En cada giro, en cada mirada, se transmitía un mensaje de confianza y esperanza para el futuro.
Los quince años en Cuba eran mucho más que una fiesta; eran una celebración de la familia, de la amistad y de la identidad cultural, era la presentación de la joven a la sociedad. Eran un reconocimiento del crecimiento y la promesa de una joven mujer en el seno de su comunidad. Para Lucía, esa noche de azaleas y sueños de coral marcó el inicio de un nuevo capítulo, un camino lleno de posibilidades donde llevaría consigo el calor de su tradición y el amor de su gente, como un tesoro invaluable. Y mientras la música seguía sonando y las luces danzaban, Lucía sabía que llevaba consigo la fuerza y la belleza de todas las mujeres cubanas que antes que ella habían celebrado sus quince primaveras, sembrando futuro con cada paso de vals.
La fiesta de 15 años es la ilusión de toda joven cubana. Esta tradición persiste aun a pesar de los tiempos. Y se puede ver a las jóvenes lucir sus mejores atuendos que quedan plasmados en clichés para toda la vida. De ahí la expresión :” yo tuve 15” lo que es igual yo fui bella.
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