Concurso de Microrrelatos PLATA: Día de muertos, de Becky Torres
¡Buenas tardes, escritores!
Les presentamos la segunda ganadora de nuestro concurso más reciente, la mexicana Becky Torres.
Día de muertos
“Nadie puede morir con un corazón latente, tu vives en el mío.”
La festividad mexicana más importante es la del día de muertos. Su particularidad radica precisamente en eso, es un festejo a un evento que a los ojos del resto del mundo dista mucho de ser conmemorable. Somos un pueblo de guerreros, un pueblo de mujeres fuertes y niños valientes. Hemos debido, en distintas y frecuentes partes de nuestra historia, caer por montones como pétalos de una flor marchita, morir de a cientos, de a miles. Todavía se mancha nuestro suelo de rosas rojas hoy en día. La muerte nos acompaña tanto como a otros o más, pero con muchas diferencias. Los mexicanos no le damos la espalda. Tampoco le damos más importancia de la que ya tiene… es lo que es. Una amiga sin preferidos ni favorecidos. Creo que mi pueblo encontró el balance perfecto entre no negar lo inevitable, y tampoco dejar que el miedo nos prive de una vida plena, alegre y colorida. Total, no hay nada más seguro que la muerte nos alcanzará un día, pero los otros días no. Los otros días caminamos con ella, le invitamos un taco, la sacamos a bailar, le decimos un chiste. Los mexicanos vestimos los colores de adentro hacia afuera y llevamos la música hasta la tumba. Nuestros cementerios se llenan de luz, de comida, de melodías alegres y flores olorosas. ¿Quién querría comer y cantar en el margen de una tumba? Un mexicano. Un mexicano sin duda se negará a ver triste o lúgubre la tumba de sus amados.
La muerte nos puede quitar la sonrisa un momento, luego hay que seguir, porque la muerte ya se los llevó a ellos, y si dejamos de reír, nosotros tampoco estaríamos vivos ya. Nuestras abuelas dicen: las lágrimas no las debes dejar brotar más de lo que te tardes en hacerte las trenzas, porque luego echan raíces, y se van más nunca. Mejor llora un ratito, mientras picas la cebolla, mientras doras los chiles, da dos suspiros largos que diga uno, estoy en paz, y el otro que diga adiós.
Entiendo que el resto del mundo nos considere raros, locos, incluso un tanto masoquistas, después de todo nadie quiere decirle adiós a los nuestros. En nuestros idiomas prehispánicos no existía tal palabra como ‘la muerte’. La muerte, como la conocemos ahora, significa un adiós eterno, un final perpetuo. Para mi pueblo, ha sido considerada solo como un proceso evolutivo del alma, solo un cambio, una metamorfosis, un peldaño a subir. No negamos que han pasado a mejor vida, nos negamos a permitir que mueran con esa muerte tan fatal como es conocida para otros. Pero es eso en efecto, lo que nos hace regresar a nuestros muertos del más allá. Si los pensamos lejos de nosotros, eso nos deprimiría tanto, así que no los dejamos irse. Se quedan entre nosotros, entre nuestras platicas, recitando las mismas palabras de nuestro difunto, se quedan en nuestras historias, describiendo las vivencias de cuando estaban aquí. Se quedan en nuestros gustos, gustos que adoptamos luego de que ellos ya no pudieran elegir, se quedan en nuestras recetas, nuestros guisos, nuestros juegos. Les damos tanta vida como nos queda a nosotros porque las fotos están tan quietas y se maltratan con el tiempo. La vida no… mientras alguien nos recuerde, viviremos en ellos. Los nuestros no nos dejaran morir, creemos en eso. Nosotros no dejamos morir a los que enterramos. Los desenterramos a diario en nuestras anécdotas y aprendizajes.
Un altar con flores nos los devuelve cada año. Nos vestimos de la muerte recordando la fragilidad de la vida. Adornamos con papel picado de colores que significan luto, a nuestra tierra, a nuestros ancestros y al inframundo. Colocamos una cruz de sal, incienso y ceniza que les purifican y los guían hasta casa, de la misma manera que la flor de cempoalxóchitl y las velas. La mariposa monarca trae en sus alas las almas de todos ellos y los van dejando en su hogar. Les colocamos junto a su foto sus comidas y bebidas preferidas, al igual que accesorios que recuerden lo que les complacía hacer cuando vivos, sus profesiones o sus habilidades. Si fumaban, sus cigarros, si bebían, su licor. Escuchamos música que nos recuerden a nuestra vida juntos, cantamos y les recordamos con gusto. Tan difícil de creer como suena, no se derraman lágrimas ni hay que consolar a ningún doliente. Todos celebramos y estamos felices de estar juntos otra vez. Creo que los amamos tanto y los extrañamos de una manera tan particular que no nos atrevemos a entristecer sus memorias y nuestros recuerdos con ellos. No es que no nos duela, es que nos duele tanto que moriríamos con ellos aún con el corazón funcionando, porque dispuestos estamos a ir con ellos a dónde se requiera, pero estamos consientes que para hacerlos presentes nosotros aún somos requeridos aquí. En México lo que se ama nunca muere, como dice la canción. Y yo digo que ojalá que yo no muera, pero si sucede que muero ojalá que a donde vaya, siga siendo México.
FIN
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