Los juegos tradicionales y la cultura a través de los años, de Freddy González Castillo - Concurso de Microrrelatos Abril 2025

 ¡Buenas tardes, escritores!

Esperamos que estén teniendo un buen martes. Les dejamos con un relato del escritor venezolano Freddy González Castillo.


LOS JUEGOS TRADICIONALES Y LA CULTURA A TRAVES DE LOS AÑOS

Me invade una especie de melancolía senil cada vez que mis pensamientos regresan unos sesenta y ocho años de mi historia personal. Vuelvo a mi época feliz, cuando mi única preocupación era hacer la tarea escolar y soñar con vivir jugando y jugar para vivir.

Mi papá no duró mucho tiempo en nuestro hogar, sin embargo, tengo vagos y gratos recuerdos de él, jugando a “las escondidas” conmigo. Era simple, uno de los dos se escondía y el otro lo buscaba hasta encontrarlo; acto seguido ¡un gran abrazo y muchos besos! La cuestión fue que nos quedamos mi mamá y mis dos hermanos menores, en una orfandad económica bastante precaria, lo cual redundó en que ya no hubo juguetes sino en una que otra navidad. Sin embargo, no era un asunto de trascendencia, total, la mayoría de los niños del entorno, estábamos en las mismas condiciones. La imaginación y la necesidad nos llevó a hacer nuestros juguetes; los hicimos de madera, barro, cartón, papel y hasta de plomo. Cada época del año estaba signada por la puesta en vigencia de algún juego tradicional, de tal manera que teníamos una época de metras, otra de trompo, otra de perinola y así sucesivamente hasta que llegaba navidad y volvíamos a comenzar. 

De todas las gratas experiencias que me dejaron mis juegos infantiles, la que más ha llamado mi atención, fue la enseñanza de la diversidad cultural que reina en mi país  -Venezuela-  y en el mundo entero y la destreza que desarrollamos para hacer nuestros juguetes. Tocó entonces tallar los pedazos de palos o madera que podíamos conseguir, para hace los “emboques”, que después, cuando comencé a conocer las distintas regiones de mi país y del mundo, descubrí que también se llamaba “perinola”, “capirucho”, “boliche”, “perindola”, y otros tantos nombres. 

De igual manera, cuando llegaba la época del juego de “bolitas”, que luego descubrí que también se llama “metras” o “canicas”, nos reuníamos e íbamos a buscar barro o arcilla, con la cual fabricábamos nuestras propias metras. También aprendimos a confeccionarlas de plomo. Cuando teníamos oportunidad, nos dedicábamos a buscar baterías de automóvil desechadas, les sacábamos las parrillas de plomo, lo derretíamos y vaciábamos el plomo fundido en hoyos que previamente hacíamos en la tierra, luego con una lima terminábamos de perfeccionar la redondez de las metras. Teníamos entonces tres variedades de este juego tradicional: de hoyito, de rayo y de cuarta y media

Como solía ocurrir siempre, de un momento a otro se acababa el frenesí por las “bolitas” o metras y ¡zas! Como por arte de magia aparecían los trompos, en otros lares llamados “zaranda”, eran más difíciles de hacerlos porque su estructura exigía un equilibrio perfecto entre la parte superior y la punta donde se le ponía el clavo como punto de apoyo para que bailara. La cuerda para bailarlo nosotros la llamábamos “curricán” en otros sitios del país la conocen como “guaral”. Si la punta estaba torcida, el trompo era brincón o cerrero; había que enderezarlo y limar la punta para ponerlo sedita.

El tiempo volaba y aparecía el yoyo y el garrufio como suplentes del trompo. Era como una especie de metamorfosis u ósmosis que impregnaba nuestras vidas y nuevamente seguíamos con nuestro interminable ciclo de inventar, construir y salir a lucir el producto de nuestro trabajo.

¡Y llegaban los meses de octubre y noviembre! Comenzaba entonces una brisa fría que venía del norte (Mar Caribe) y del oeste (Lago Coquivacoa o Lago de Maracaibo) que refrescaba el inclemente calor de Maracaibo, -mi ciudad natal- y marcaba el inicio del más sublime de los juegos tradicionales: las “petacas”, las “picúas” y las “fugas” como las llamábamos nosotros; mucho después me enteraría que en el resto del país y del mundo entero, los llaman “papagayos” o “barriletes”, “volantín” y “roncadores” respectivamente. Las hacíamos con caña brava; en el resto del país las hacían con veradas, bambú y hasta con unas tablillas muy delgadas. Para “elevarlos” o volarlos, usábamos la “pita”, que era una especie de cabuya muy dura con la que los zapateros cocían y remendaban los zapatos. En otros lares, los volaban con lo que nosotros llamábamos “hilaza” y que ellos conocían como pabilo o pábilo según sea la región. Aprendimos con el tiempo y la práctica, que su confección es una tarea artesanal de bastante cuidado y paciencia. El papel y los colores, daban testimonio de nuestra fecunda imaginación. El “rabo” o la cola, lo hacíamos con tiras de tela vieja o en desuso, e igualmente derrochábamos ingenio; le hacíamos lazos, picábamos las tiras delgaditas para que la cola fuera más larga, o le hacíamos lazos en los nudos para que luciera mejor.

En fin, los juegos tradicionales, fueron un bastión de cultura y educación. Pusimos en práctica nuestro ingenio, vivimos la felicidad de aprender a trabajar para alcanzar las metas, cultivamos la paciencia, la amistad, el valor del trabajo en equipo y tuvimos la satisfacción de la meta alcanzada.

Nunca he dejado el placer de los papagayos, los hice y los volé con mis hijas, con mis sobrinos, con mis alumnos (soy docente) y ahora lo sigo practicando con los nietos.

Hoy los niños ya no ejercen en placer de los juegos tradicionales, éstos han sido suplidos por los teléfonos y las computadoras. En mi caso, cuando deseo revivir la libertad de mi felicidad, vuelvo a ser niño y siento en mi ser esa sensación angelical de la experiencia infantil del juego. 

FIN

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