Pies descalzos: una promesa de amor, de Miledys Pando - Concurso de Microrrelatos Abril 2025
Buenas tardes, escritores.
Como les prometimos, les dejamos con otro de los maravillosos relatos enviados por nuestros compañeros y participantes del concurso de microrrelatos.
En esta ocasión, la autora es la colombiana Miledys Pando.
Pies descalzos: una promesa de amor
Como cada año, diciembre traía consigo la esperanza para los devotos de San Lázaro. El Rincón se llenaba de fieles que rogaban por la salud de sus seres queridos o agradecían por la sanación recibida. Algunos caminaban de rodillas por las calles, otros cargaban pesadas cruces sobre sus hombros y andaban descalzos sobre la tierra, mientras algún familiar barría con devoción las pequeñas piedras que encontraban en su camino. Iban acompañados de sus seres queridos, sanos o enfermos, y las plegarias se alzaban frente a la pequeña iglesia. En los labios de todos, el nombre de San Lázaro, Babalú Ayé, era repetido con fervor.
Tomás y su esposa, Lázara, habían recibido la peor noticia en esos días: su pequeño hijo, de tan solo ocho años, había quedado inválido tras un accidente. Visitaron a todos los especialistas posibles, pero la respuesta fue siempre la misma: no había esperanza. La angustia se apoderó de sus corazones.
—Tomás —dijo Lázara, acercándose a su esposo, mientras él acunaba al niño dormido entre sus brazos—, he escuchado las campanas del Rincón de San Lázaro. Me llaman... me gritan que vaya.
—¿Acaso te volviste loca, mujer? —respondió él, mirándola como si tuviera dos cabezas.
—No... sólo tengo fe. Babalú Ayé no abandona a sus hijos. Él me está llamando.
—El niño está dormido... míralo. Y afuera hace mucho frío —protestó el hombre, acurrucando aún más a su hijo.
—Lo sé... pero ten fe.
Así fue como Lázara envolvió a su hijo en una colcha. Sin zapatos, lo llevó en brazos y caminó, junto a su esposo, la distancia que los separaba del Rincón. A cada paso, la mujer besaba la cabecita de su hijo, mientras en su corazón crecía una extraña esperanza.
—Vamos juntos ante el viejo Lázaro, mi niño. Todo saldrá bien. Él es amor y ayuda a los desamparados, a los heridos… no abandona a nadie que lo necesite.
—Lázara —dijo Tomás, deteniéndola—, mira cuánta gente hay… ¿crees que podamos llegar hasta el santo?
—Claro que sí. Él me está llamando con sus campanas… ¿no las escuchas?
El hombre negó con la cabeza.
—Escucha, pon atención… cada campanazo lleva el nombre de nuestro hijo. Él me grita que tenga fe, que vaya ante él.
Tomás sintió una fuerza especial en las palabras de su esposa y la ayudó a abrirse camino entre la multitud de creyentes. Poco a poco, lograron llegar frente al santo. Lázara dejó su ofrenda a los pies de San Lázaro, una botella de aguardiente , unas mazorcas de maíz y una oración profunda brotó de sus labios.
Días después, una noticia iluminó sus corazones: un médico especialista aceptó realizar la operación al niño. Había esperanza.
Los meses siguientes transcurrieron entre hospitales y terapias, pero el esfuerzo y la fe no fueron en vano. El 17 de diciembre del nuevo año, un pequeño niño corría frente a la imagen de San Lázaro. Detrás de él, Tomás y Lázara, ambos descalzos, cumplían la promesa hecha con amor y devoción.
FIN
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