Reflexión: "Negocié con mis propios demonios", de Diana Zamora
Negocié con mis propios demonios
He pasado meses —no días, no semanas, meses— caminando por todos los pasillos mugrientos del infierno. No el infierno, aclaro, sino uno de los muchos que existen. Porque al parecer, hay infiernos por catálogo, y yo, como buena terca, me metí en uno que ni el mismísimo diablo recomienda.
Después de tanto trajinar, logré sentar a todos mis demonios en una especie de mesa redonda emocional. Sí, a todos. A los gritones, los pasivo-agresivos, los saboteadores profesionales, los que lloran en silencio mientras te empujan al abismo, y hasta al que solo aparece cuando hay pizza y decisiones importantes. Con ellos tuve que negociar la paz, como si fuera una cumbre internacional de entidades neuróticas.
Les pedí —con voz temblorosa y un poco de sarcasmo— que volvieran a sus respectivos cubículos mentales. No porque los odie, sino porque al parecer me han dado permiso para mudarme a otro plano… digamos, a un cielo menos tóxico, con menos drama y más oxígeno espiritual. Uno donde pueda construir, con lo que me queda de cordura, un templo digno para mi alma en reforma.
No fue fácil. Fueron horas de terapia interna nivel experto, charlas infinitas como de call center emocional, y un rompecabezas de “a ver tú, ¿por qué me gritas cuando quiero amar?”. Pero lo logramos. Bueno… lo suficiente como para que no se me escapen a medianoche.
Por si acaso, los llevé de la mano —sí, como niños camino al jardín— hasta las puertas de sus jaulas emocionales. Cerré con llave, pero pactamos algo: pueden salir solo si necesito actitud de guerrero o un poco de caos calculado antes de alguna derrota. Porque a veces, hay que prenderle fuego al escenario para hacer una buena entrada.
Y entre tú y yo, confieso algo con toda sinceridad: me gusta su intensidad. Me gusta que sean lo que son. Porque gracias al espejo de los demás —esos otros infiernos que caminan con nombre y apellido—, aprendí a reconocer a los míos.
Ojalá todos tengan el coraje de mirarse el lado más oscuro. No para quedarse allí, sino para entender de dónde viene el ruido interno. A fin de cuentas, no se puede hacer silencio sin conocer primero el escándalo.
Por Diana Zamora
📕 Pronto un libro que no me salvó del infierno… pero me enseñó a decorar mi habitación allí.
Un viaje donde negocié con mis demonios sin necesidad de exorcismo, solo con café amargo y verdades que arden.
Cerré la puerta. Les dije: “Gracias por tanto, pero no más”.
Y ahora, la llave…
La tengo yo.
Y no pienso decir dónde la escondí.
Adquiera el libro en Amazon
ResponderEliminarhttps://a.co/d/81fNuNd